Ante todo, anunciar el Evangelio. Porque también hoy, en un mundo en el que “el desafío de la interculturalidad y de la inclusión está vivo y es urgente”, dentro y fuera de la Iglesia, “hay muchos hombres y mujeres que siguen necesitando el Evangelio”. Y “no sólo en las llamadas ‘tierras de misión’, sino también en el viejo y cansado Occidente”.
Lo dijo el Papa Francisco al reunirse con los llamados Espiritanos, la Congregación del Espíritu Santo bajo la protección del Inmaculado Corazón de María nacida, y de hecho renacida, de la fusión de dos institutos religiosos: la Congregación del Espíritu Santo (establecida en 1703) y la Sociedad del Sagrado Corazón de María (de 1841). 175 años después de la “refundación”, el Santo Padre recibió a sus miembros en el palacio apostólico con quienes bromeó acerca de la escasa presencia de mujeres:
“Queridos hermanos y hermanas, pero no veo ninguna, ¿dónde están?”
Los orígenes de la Congregación
El Pontífice se detuvo en la historia de la primera fundación y en los valores fundamentales que están en la base del carisma de los Espiritanos:
“Valentía, apertura y abandono a la acción del Espíritu para que haga una cosa nueva”
Asimismo recordó la figura de Claude-François Poullart des Plac, el joven diácono fundador de la Congregación del Espíritu Santo quien, junto con doce compañeros del seminario, “impulsado por el Espíritu, se lanzó valientemente a una aventura inesperada”.
“Renunció a la perspectiva de un futuro tranquilo – podría haber sido un buen sacerdote de familia acomodada – por una misión aún por descubrir, exponiéndose a sacrificios, incomprensiones y oposiciones, con una salud muy frágil que lo llevaría a una muerte prematura, antes de poder ver su sueño plenamente realizado”
Muchos imprevistos y obstáculos, destacó el Papa, pero su “docilidad a la acción del Espíritu” transforma todo en un “sí” valiente, gracias al cual “Dios inicia cada vez algo nuevo en él, y a través de él también en los demás”. Es decir, todos aquellos hermanos que continúan su obra “dispuestos a responder a los nuevos signos de los tiempos”, de ahí el servicio a los seminaristas pobres, las misiones populares, el anuncio ad gentes en diversas partes del mundo, “sin dejarse atemorizar ni siquiera por la persecución religiosa desatada por la Revolución Francesa”.
Volver al juego
Una historia “bella y rica”, señaló el Papa, de la que recordó “otro momento especial, en el que todo vuelve a ponerse en juego”: la segunda fundación, en 1848, con la unión con la Sociedad del Sagrado Corazón de María por obra del Venerable François Libermann, también todos ellos misioneros, pero con una historia diferente. Fue necesario entonces “superar miedos y celos”, dijo Francisco, pero “los hermanos de las dos familias aceptaron el reto, uniendo sus fuerzas y compartiendo lo que tenían en un nuevo comienzo”.
De hecho, después de más de un siglo y medio, los frutos pueden verse, empezando por la amplia presencia de la Congregación en 60 países de los cinco continentes, con unos 2.600 religiosos y la implicación de muchos laicos.
“Gracias a su disponibilidad a cambiar y a su perseverancia, han permanecido fieles al espíritu de sus orígenes: evangelizar a los pobres, aceptar las misiones donde nadie quiere ir, dando preferencia al servicio de los más abandonados, respetar a los pueblos y las culturas, formar al clero y a los laicos locales para el desarrollo humano integral, y todo ello en fraternidad y sencillez de vida y en asiduidad de oración”
Oración, coraje y libertad interior
Sobre todo el Papa evidenció la oración, distanciándose del texto escrito: “Es importante: rezar, no dejar la oración y no sólo la oración formal, bla, bla, bla… ¡rezar! Rezar en serio!”. Igualmente es importante no renunciar a la “valentía” y a la “libertad interior”, que hay que cultivar y hacer “un rasgo vivo de su apostolado”, sobre todo en este mundo tan necesitado del anuncio del Evangelio.
“Miren a cada uno con los ojos de Jesús, que quiere encontrarse con todos, ¡con todos! No lo olvidéis, ¡a todos, a todos! haciéndose especialmente cercano a los más pobres, tocándolos con sus manos, fijando su mirada en ellos”
Dejarse guiar por el Espíritu
A partir de aquí, una última recomendación para dejarse guiar por el “soplo fresco y vital” del Espíritu, el “verdadero protagonista” de toda misión:
“Dejen que Él los ilumine, los oriente, los impulse donde quiere, sin poner condiciones, sin excluir a nadie, porque es Él quien sabe lo que se necesita en cada época y en cada momento”