En el segundo día de su viaje apostólico a Hungría, el 29 de abril, el Papa Francisco se encontró con los jesuitas del país. En un diálogo abierto, publicado hoy por La Civiltà Cattolica, el Santo Padre abordó con los prelados diversos argumentos, entre los cuales el de la experiencia vivida durante la dictadura militar argentina. El tema de los jóvenes fue ampliamente tocado también por Francisco, así como la relación entre el Concilio Vaticano II y la Iglesia en tiempos modernos. A continuación, la traducción no oficial de los puntos centrales de la entrevista.
¿Cómo comportarse con los jóvenes en formación en la Compañía de Jesús y con los jóvenes en general? ¿Qué consejo nos puede dar?
Hablar con claridad. Se solía decir que para ser un buen jesuita hay que pensar con claridad y hablar con oscuridad. Pero con los jóvenes no debe ser así: hay que hablar claro, mostrarles coherencia. Los jóvenes tienen olfato para detectar la falta de coherencia. Y con los jóvenes en formación hay que hablar como adultos, como se habla a los hombres, no a los niños. E introducirles en la experiencia espiritual, prepararles para la gran experiencia espiritual que son los Ejercicios. Los jóvenes no toleran el doble lenguaje, esto lo tengo claro. Pero ser claro no significa en absoluto ser agresivo. La claridad debe ir siempre unida a la amabilidad, a la fraternidad, a la paternidad.
La palabra clave es “autenticidad”. Que los jóvenes digan lo que sienten. Para mí, el diálogo entre un joven y una persona mayor es importante: hablar, discutir. Espero autenticidad, que se digan las cosas como son, las dificultades, los pecados… Y tú, como formador, debes enseñar a los jóvenes la coherencia. Luego es importante que los jóvenes dialoguen con los viejos. Los ancianos no pueden quedarse solos en la enfermería: deben estar en comunidad, para que sea posible un intercambio entre ellos y los jóvenes. Recuerden aquella profecía de Joel: los viejos tendrán sueños y los jóvenes serán profetas. La profecía de un joven es la que nace de una relación de ternura con el anciano. “Ternura” es una de las palabras clave de Dios: cercanía, compasión y ternura. Por este camino nunca nos equivocaremos. Este es el estilo de Dios.
Quisiera hacerle una pregunta sobre el tema del amor cristiano hacia las personas que han cometido abusos sexuales. El Evangelio nos pide que amemos, pero ¿cómo se puede amar al mismo tiempo a las personas que han sufrido abusos y a sus agresores? Dios ama a todos. También los ama a ellos. Pero, ¿nosotros? Sin encubrir nunca nada, por supuesto, ¿cómo hacemos para amar a los abusadores? Me gustaría ofrecer la compasión y el amor que el Evangelio pide para todos, incluso para el enemigo. Pero, ¿cómo es posible?
No es nada fácil. Hoy hemos comprendido que la realidad de los abusos es muy amplia: hay abusos sexuales, psicológicos, económicos, con los migrantes… Tú te refieres a los abusos sexuales. ¿Cómo nos acercamos, cómo hablamos con los abusadores por los que sentimos repugnancia? Sí, también ellos son hijos de Dios. Pero, ¿cómo amarlos? Su pregunta es muy fuerte. Hay que condenar al abusador, en efecto, pero como hermano. Condenarlo debe entenderse como un acto de caridad. Hay una lógica, una manera de amar al enemigo que también se expresa así. Y no es fácil de entender y de vivir. El abusador es un enemigo. Cada uno de nosotros lo siente así porque empatiza con el sufrimiento del abusado. Cuando uno siente lo que el abuso deja en el corazón de los abusados, la impresión que se recibe es tremenda. Incluso hablar con el abusador nos pone enfermos, no es fácil. Pero ellos también son hijos de Dios. Y hace falta atención pastoral. Merecen castigo, pero también cuidado pastoral. ¿Cómo hacerlo? No, no es fácil. Tienes razón.
¿Cuál era su relación con el padre Ferenc Jálics? ¿Qué ocurrió? ¿Cómo vivió usted, como Provincial, aquella trágica situación? Usted recibió duras acusaciones…
Los padres Ferenc Jálics y Orlando Yorio trabajaban en un barrio obrero y trabajaban bien. Jálics fue mi padre espiritual y confesor durante mi primer y segundo año de teología. En el barrio donde trabajaba había una célula guerrillera. Pero los dos jesuitas no tenían nada que ver con ellos: eran pastores, no políticos. Pero los hicieron prisioneros siendo inocentes. No encontraron nada que los acusara, pero tuvieron que pasar nueve meses en la cárcel, sufriendo amenazas y torturas. Luego fueron liberados, pero estas cosas dejan heridas profundas. Jálics vino inmediatamente a verme y hablamos. Le aconsejé que fuera a ver a su madre en Estados Unidos. La situación era demasiado confusa e incierta. Entonces surgió la leyenda de que era yo quien los entregó para ser encarcelados. Sepan que hace un mes, la Conferencia Episcopal Argentina publicó dos tomos de los tres previstos con todos los documentos relacionados con lo sucedido entre la Iglesia y los militares. Allí pueden encontrar todo.
Pero volvamos a los hechos que estaba relatando. Cuando se fueron los militares, Jálics me pidió permiso para venir a hacer un curso de ejercicios espirituales en Argentina. Le hice venir, e incluso celebramos misa juntos. Luego volví a verle como arzobispo y después como Papa: vino a Roma a verme. Siempre tuvimos esta relación. Pero cuando vino la última vez a verme al Vaticano, vi que sufría porque no sabía cómo hablarme. Había una distancia. Las heridas de aquellos años permanecían tanto en mí como en él, porque ambos experimentamos aquella persecución.
Algunos en el gobierno querían “cortarme la cabeza”, y sacaron a relucir no tanto este asunto de Jálics, sino que cuestionaron toda mi forma de actuar durante la dictadura. Por lo tanto, me llamaron a juicio. Me dieron a elegir dónde iba a realizarse el interrogatorio. Elegí hacerlo en el episcopio. Duró cuatro horas y diez minutos. Uno de los jueces insistió mucho en mi comportamiento. Siempre respondí con la verdad. Pero, desde mi punto de vista, la única pregunta seria y bien fundada vino del abogado que pertenecía al partido comunista. Y gracias a esa pregunta, las cosas se aclararon. Al final, se constató mi inocencia. Pero en aquel juicio casi no se habló de Jàlics, sino de otros casos de personas que habían pedido ayuda.
Luego vi a dos de esos jueces aquí en Roma, ya como Papa. Uno con un grupo de argentinos. No lo reconocí, pero tenía la impresión de haberlo visto. Lo miraba, lo miraba. Entre mí decía: “pero si le conozco”. Me abrazó y se fue. Volví a verle y se presentó. Le dije: “Me merezco cien veces un castigo, pero no por aquel motivo”. Le dije que estuviera en paz con esa historia. Sí, merezco ser juzgado por mis pecados, pero en este punto quiero ser claro. Otro de los tres jueces también vino y me dijo claramente que habían recibido instrucciones del gobierno de condenarme.
Pero quiero añadir que cuando Jálics y Yorio fueron apresados por los militares, la situación en Argentina era confusa y no estaba nada claro lo que había que hacer. Hice lo que creí que debía hacer para defenderlos. Fue un asunto muy doloroso.
Jálics era un hombre bueno, un hombre de Dios, un hombre que buscaba a Dios, pero fue víctima de un entorno al que no pertenecía. Él mismo se dio cuenta de ello. Era el entorno de la guerrilla activa en el lugar donde fue a ser capellán. Pero en la documentación que se publicó en dos volúmenes encontrarán la verdad sobre este caso.
El Concilio Vaticano II habla de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. ¿Cómo podemos conciliar la Iglesia y la realidad que ya está más allá de lo moderno? ¿Cómo encontrar la voz de Dios amando nuestro tiempo?
No sé cómo responderte teóricamente, pero desde luego sé que el Concilio se sigue aplicando. Dicen que se necesita un siglo para asimilar un Concilio. Y sé que las resistencias son terribles. Hay un restauracionismo increíble. Lo que yo llamo “indietrismo”, como dice la Carta a los Hebreos 10:39: “Nosotros no somos de los que se vuelven atrás”. El flujo de la historia y de la gracia va de abajo hacia arriba como la savia de un árbol que da frutos. Pero sin este flujo te quedas como una momia. Retroceder no preserva la vida, nunca. Hay que cambiar, como escribe San Vicente de Lérins en Commonitórium primum cuando afirma que incluso el dogma de la religión cristiana progresa, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se profundiza con la edad. Pero se trata de un cambio de abajo hacia arriba. El peligro hoy es el indietrismo, la reacción contra lo moderno. Es una enfermedad nostálgica. Por eso he decidido que ahora es obligatorio obtener la concesión de celebrar según el Misal Romano de 1962 para todos los sacerdotes recién consagrados.. Después de todas las consultas necesarias, decidí esto porque vi que esta medida pastoral bien hecha por Juan Pablo II y Benedicto XVI estaba siendo utilizada de manera ideológica, para volver atrás. Era necesario poner fin a este retroceso, que no estaba en la visión pastoral de mis predecesores.