El Papa realizó cerca de las cuatro de la tarde, hora de Roma, el encuentro ecuménico y oración por la paz en la Catedral de Nuestra Señora de Arabia. Después de la lectura de la Palabra de Dios, Francisco dedicó unas palabras a los presentes. Siguió la oración por la paz, con varios representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas. El momento de oración concluyó con el rezo del Padre Nuestro, y la bendición apostólica.
“Por eso es correcto decir que lo que nos une supera con creces lo que nos separa, y que cuanto más caminemos según el Espíritu, más nos inclinaremos a desear y, con la ayuda de Dios, a restablecer la unidad plena entre nosotros”, fueron las palabras del Papa Francisco, evocando la unidad.
Alcanzar un camino de comunión gracias a la unidad en la diversidad y al testimonio de vida. La unidad en la diversidad, porque el pueblo cristiano -dijo- está llamado a reunirse para que las maravillas de Dios se hagan realidad. Estar aquí hoy, como pequeño rebaño de Cristo, disperso en diversos lugares y denominaciones, nos ayuda a percibir la necesidad de unidad, de compartir la fe.
Testimonio de vida -porque como señaló el Papa- nuestro testimonio no es tanto un discurso que se realiza con palabras, sino que se muestra con hechos; la fe no es un privilegio que se ha de reclamar, sino un don que se debe compartir. Porque los cristianos, aman a todos, esa es la esencia del testimonio.
“Estamos juntos por las grandes obras de Dios”
«Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hch 2,9-11). El Papa inició sus palabras resaltando la importancia de este texto bíblico. También hoy -dijo- están presentes juntos, representantes de “tantos pueblos y de tantas lenguas, de tantas partes y de tantos ritos, estamos aquí juntos, y lo estamos por las grandes obras realizadas por Dios”.
“En Jerusalén, el día de Pentecostés, aun proviniendo de muchas regiones, se sentían unidos en un solo Espíritu. Hoy, como entonces, la variedad de orígenes y lenguas no es un problema, sino una ventaja”.
Al respecto, Francisco dijo que esto vale “para nosotros”, porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo. Sin embargo, con nuestras laceraciones hemos herido el cuerpo santo del Señor -añadió el Papa- pero el Espíritu Santo, dijo, que une todos los miembros, es más grande que nuestras divisiones carnales.
“Por eso es correcto decir que lo que nos une supera con creces lo que nos separa, y que cuanto más caminemos según el Espíritu, más nos inclinaremos a desear y, con la ayuda de Dios, a restablecer la unidad plena entre nosotros”.
La unidad en la diversidad
El Papa, recordando el texto de Pentecostés, manifestó que dos elementos son útiles para el camino de comunión: la unidad en la diversidad y el testimonio de vida.
La unidad en la diversidad.El pueblo cristiano está llamado a reunirse para que las maravillas de Dios se hagan realidad. Estar aquí, en Baréin, afirmó, como pequeño rebaño de Cristo, disperso en diversos lugares y denominaciones, nos ayuda a percibir la necesidad de la unidad, de compartir la fe. Del mismo modo que en este archipiélago no faltan conexiones estables entre las islas, que sea también así entre nosotros, para no estar aislados, sino en comunión fraterna.
Para acrecentar la unidad, no obstante, las distancias nos atraen hacia otras partes, el punto de encuentro, dijo Francisco, es la alabanza a Dios, que el Espíritu suscita en todos. Porque la oración de alabanza no aísla, afirmó, no encierra en uno mismo y en las propias necesidades, sino que nos introduce en el corazón del Padre y, de esta manera, afirmó, nos conecta con todos nuestros hermanos y hermanas.
“La oración de alabanza y adoración es la más elevada; gratuita e incondicional, atrae la alegría del Espíritu, purifica el corazón, restablece la armonía, recompone la unidad. Es el antídoto contra la tristeza, contra la tentación de dejarnos afectar por nuestra pobreza interior y la pobreza exterior de nuestros números. El que alaba no se fija en la pequeñez del rebaño, sino en la belleza de ser los pequeños del Padre”.
La alabanza nos permite sentir la cercanía del Buen Pastor
El Pontífice afirmó además que la alabanza, que permite al Espíritu derramar su consuelo sobre nosotros, es un buen remedio contra la soledad y la nostalgia de estar lejos de casa. Nos permite sentir la cercanía del Buen Pastor, dijo, aun cuando pesa la falta de pastores que estén al alcance, que es frecuente en estos lugares.
“El Señor, precisamente en nuestros desiertos, ama abrir caminos nuevos e inimaginables y hacer brotar manantiales de agua viva (cf. Is 43,19). La alabanza y la adoración nos conducen allí, a las fuentes del Espíritu, reconduciéndonos a los orígenes, a la unidad”.
Francisco recomendó seguir alimentando la alabanza a Dios, para ser cada vez más signo de unidad para todos los cristianos. Y que se continúe con la “hermosa costumbre de poner los edificios de culto a disposición de otras comunidades para adorar al único Señor”, agregó, y recordó a los tantos mártires cristianos de diversas denominaciones, desde el cielo, dijo, hay una estela de alabanza que nos une.
“¡Cuántos ha habido en los últimos años en Oriente Medio y en todo el mundo! Ahora forman un solo cielo repleto de estrellas, que indica el sendero a los que caminan por los desiertos de la historia. Tenemos la misma meta; todos estamos llamados a la plenitud de la comunión en Dios”.
El espíritu ecuménico
Pero recordemos que la unidad, hacia la que vamos caminando, está en la diferencia, agregó. El relato de Pentecostés señala que cada uno oía a los Apóstoles hablar «en su propia lengua» (Hch 2,6); el Espíritu no acuña un lenguaje idéntico para todos, sino que permite a cada uno hablar las lenguas de los demás (cf. v. 4) y hace posible que cada uno oiga la suya hablada por los demás (cf. v. 11).
“Es decir, no nos encierra en la uniformidad, sino que nos dispone a acogernos en las diferencias. Esto acontece a quien vive según el Espíritu; aprende a encontrarse con cada hermano y hermana en la fe como parte del cuerpo al que pertenece. Este es el espíritu del camino ecuménico”.
Seguidamente, el Santo Padre nos cuestionó: cómo vamos haciendo este camino. Yo, pastor, ministro, fiel, ¿soy dócil a la acción del Espíritu? ¿Vivo el ecumenismo como una carga, como un compromiso adicional, como un deber institucional, o como el anhelo urgente de Jesús de que lleguemos a ser «uno» (Jn 17,21), como una misión que brota del Evangelio? Concretamente, ¿qué hago por aquellos hermanos y hermanas que creen en Cristo pero que no son de los “míos”? ¿Los conozco, los busco, me intereso por ellos? ¿Mantengo las distancias y actúo con formalidad, o intento comprender su historia y apreciar sus particularidades, sin considerarlos obstáculos insalvables?
El testimonio de la vida
El Papa Francisco mencionando el momento de Pentecostés, dijo que los discípulos se abrieron, salieron del Cenáculo.
“Desde ahí irán hacia el mundo entero. Jerusalén, que parecía su punto de llegada, se convirtió en el punto de partida de una aventura extraordinaria. El miedo que los encerró en sus casas quedó como un recuerdo lejano; ahora van a todas partes, pero no para distinguirse de los demás, ni tampoco para revolucionar el orden de las sociedades y la estructura del mundo, sino para irradiar en cada rincón, a través de sus vidas, la belleza del amor de Dios”.
Al respecto, dijo que nuestro testimonio se realiza con hechos, porque la fe no es un privilegio que se ha de reclamar, sino un don que se debe compartir. Los cristianos aman a todos, es el distintivo cristiano, afirmó la esencia del testimonio.
“Estar aquí en Baréin les ha permitido a muchos de ustedes redescubrir y practicar la auténtica sencillez de la caridad. Pienso en la asistencia ofrecida a los hermanos y hermanas que llegan; en una presencia cristiana que, en la humildad de cada día, da testimonio, en los ambientes de trabajo, de comprensión y paciencia, de alegría y mansedumbre, de benevolencia y de espíritu de diálogo. En una palabra, de paz”.
¿Somos realmente personas de paz?
Es importante -dijo- que con el paso del tiempo nuestro testimonio no vaya adelante por inercia y pierda entusiasmo en mostrar a Jesús a través del espíritu de las Bienaventuranzas, la coherencia, la bondad de vida y la conducta pacífica.
“Preguntémonos, ahora que rezamos juntos por la paz: ¿somos realmente personas de paz? ¿Estamos habitados por el deseo de manifestar en todas partes la mansedumbre de Jesús, sin esperar nada a cambio? ¿Hacemos nuestros, llevándolos en nuestros corazones y en nuestras oraciones, los cansancios, las heridas y la desunión que vemos a nuestro alrededor?”
Estas reflexiones sobre la unidad, fortalecida por la alabanza y sobre el testimonio que es robustecido por la caridad. La unidad y el testimonio son coesenciales, remarcó el Papa, no podemos dar verdadero testimonio del Dios del amor si no estamos unidos entre nosotros como Él quiere.
“Y no podemos estar unidos permaneciendo cada uno por su lado, sin abrirnos al testimonio, sin ampliar las fronteras de nuestros intereses y de nuestras comunidades en nombre del Espíritu que abraza a todas las lenguas y quiere llegar a cada uno. Él une y envía, reúne en comunión y manda en misión. Confiémosle en la oración nuestro itinerario común e invoquemos sobre nosotros su efusión, un renovado Pentecostés que nos dé miradas nuevas y pasos ágiles en nuestro camino de unidad y de paz”.